Cuando en 1968 Lucy Lippard y John Chandler publicaron “ The Dematerialization of Art ”,  la evidencia de que el arte había desplazado el foco de interés del objeto al proceso era indiscutible: los happenings, el land art, body art, el mail art, eran expresiones que confirmaban que lo conceptual era el nuevo paradigma en el mundo artístico resultado de un cambio trascendental en la noción de la obra de arte. Y esto, como resultado, afectó igualmente a la manera en que entendemos la función de los museos y centros de arte, que pasaron a ser contenedores de cultura, o de una parte de la cultura, a conservadores de un patrimonio artístico concreto y, en el mejor de los casos, en prescriptores y difusores o comunicadores de los múltiples relatos que poblaron el ecosistema cultural occidental.

Las palabras de Pep Serra, director del MNAC de Barcelona, expresan perfectamente el reto al que se enfrentan los museos del s. XXI: “ han de convertirse en espacios experienciales y vivenciales, han de redefinir las funciones que atesoraban como legitimadores de lo que era arte, y por tanto, la cultura, para adaptarse a nuevos escenarios como el cambio digital o la creación de contenidos dirigidos a audiencias que piden más allá de una simple (y poco fructífera) relación 1.0”.  

Serra señala la importancia de conocer las necesidades de los públicos que se acercan a los museos, pero también, ahora más que nunca,  los requerimientos de los no-públicos,  por lo que supone en cuanto a incorporación de estrategias de comunicación que permitan una relación  directa utilizando canales dinámicos que permitan interactuar, vincularse, y comentar, es decir: crear comunidades

Las tecnologías 2.0 aún no son aún, según revelan las encuestas, aliadas de los museos españoles en esta travesía.  Conceptos como participación activa,  el fomento de la masa crítica o la hipertextualidad deberían incluirse en los manuales de comunicación de los museos porque son conceptos claves para sus usuarios tanto como los no usuarios pero de momento, no parecen encontrar respuestas de bienvenida en los despachos. Sin embargo, esta sería la manera eficaz de conseguir que  el contenido de las exposiciones rebase los limites de los muros de los museos para hacerse eco en las prácticas de consumo de las personas, asociándose a la vez con las nuevas maneras de entender la educación fuera de las aulas regladas.

En este sentido, cada vez más voces desde el ámbito académico reclaman la necesidad de repensar la ciudad,  con la educación como uno de los ejes vertebrales en los que es imprescindible invertir. Desde los museos podemos crear y potenciar las herramientas necesarias para que la sociedad se sienta participe de la tarea de interpretar el patrimonio teniendo en cuenta que el significado no está en los objetos, sino en el dialogo que construyen las personas con ellos, que es lo que conforma, en una palabra, la noción de cultura. Desde luego los canales 2.0 contribuyen de manera especial a visibilizar esta nueva sensibilidad que necesitan las instituciones culturales del s. XXI. Salir más allá de los muros asegura  a los museos una presencia constante en las vidas de las personas que consideran la cultura parte fundamental de  la ciudadanía de las sociedades  libres.